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Mi ángel grita: ¡No es así!
Que soy un mísero sacrílego.
Pero no obtengo respuesta de Ti,
Tan sólo veo el castigo.

Según la Iglesia, eso es,
Por culpa de Adán y Eva.
¿Y hace cuanto eso fue,
que todavía Te dura la pena?

Nosotros sí hemos de perdonar,
Y colocar la otra mejilla.
Pero Tú, en Tu Divinidad,
Rencor nos guardas por una manzanilla.

Entonces, ¿en dónde queda la verdad?
Aquella que nos inculcó Tu Hijo?
Aquella que reza que Tú nos amarás,
Y que Tu amor será divino.

Y que el perdón está a la mano,
Aquella que desde el Cielo nos tiendes.
Pero eso sí, por culpa de Adán,
Todos iremos al infierno.

Que el Pecado Original...
¡Original la palabrita!
Tan sólo nos puede quitar,
La purificación del agua bendita.

Pero, ¿y el perdón?
Aquel que nos han enseñado.
¿Y qué pasó con el amor?
¿O es terror al condenado?

Y... ¿sabes? Para escribir,
Todas las líneas anteriores,
Me tiembla la mano al trazar,
Y se desbordan emociones.

El miedo, es la sensación,
Que prima entre todas ellas.
Porque le reclamo al Señor,
Quién de mi vida es el dueño.

Y aquí es donde surge la cuestión:
Si Eres amor, ¿por qué el miedo?
Y he aquí la solución:
Porque Tu amor tan sólo es juego.

Tú no respondes al clamor,
Y Tú ignoras oraciones.
Cuando buscamos Tu amor,
Cierras las puertas de los corazones.

Ya ves, Señor, que es mi pena,
Y mi dolor y mi pasión,
Que buscan tan sólo una respuesta,
Y el silencio no es la solución.

Y ni los ángeles, ni los santos,
Ni los arcángeles, ni Tú, Señor,
Se dignan hablar al condenado.
Entonces, ¿dónde queda Tu amor?

Pero no importa, y no aplica,
Por más que escriba mi dolor,
No obtendré respuesta Tuya,
Callado Estás y sin razón.

Yo dejo aquí estás palabras,
Por más que trato de escribir,
Callado estás, y Tu silencio,
Es la oscuridad en mi porvenir.

Miércoles, 27 de abril de 2005

 

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