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A partir de mañana empezaré a vivir la mitad de mi vida,
a partir de mañana empezaré a morir la mitad de mi muerte.
Alberto Cortez

Leonardo avanzó despacio entre el gentío que bailoteaba a su alrededor. Las luces desconcertadas, multicolores de la discoteca habían empezado a marearlo y el aire enrarecido que flotaba en el ambiente lo enervaba. ¿Acaso podía quejarse?, ¿no había decidido él mismo entrar aquí? Lo que pasaba, en realidad, era que, después de haber caminado toda la tarde, pensando, no estaba con muchas ganas que digamos. Se acercó a la barra y se depositó en un asiento giratorio, sin saber por qué, con una sonrisa estúpida en el rostro, quizá por haber hallado sitio entre tantas personas, quizá creyendo que así se compondría de nuevo, quizá de timidez al preguntarse y ahora qué.

El barman, un gordo de kilométrica papada, lo interrogó con la barbilla y Leonardo le pidió un Cuba Libre. El tipo, como un autómata, posó algunos vasos sobre la barra y vertió en ellos cubitos de hielo y grumos de licor. La batahola a esa hora de la noche era para ensordecer a cualquiera: cánticos y gritos de conversaciones se mezclaban en aquella atmósfera excitada. Sin embargo, a Leonardo todo eso fue distrayéndolo cada vez menos, cuando la imagen de Fiorella volvió a su cabeza. No había hecho otra cosa que pensar en ella desde ayer y más desde que salió de la radio y caminó por calles y avenidas hasta esa parte vieja y bohemia de la ciudad.

Lo que no entendía era por qué los dos se portaban así. Ayer, después de la enésima pelea, ella le había dicho para terminar. Al parecer, era lo mismo de los últimos meses, los cuales se los habían pasado acabando y al poco tiempo volviendo. Así, la relación que llevaban desde hacía varios años se había tornado difícil, por momentos insoportable; había degenerado tanto que con el menor pretexto ya estaban peleando como enemigos acérrimos. ¿No se habrían aburrido de estar juntos? Porque, a este punto, él ya no comprendía qué los unía. ¿Era el amor, acaso, lo que no los hacía optar por una separación definitiva? ¿Podía existir todavía entre los dos y haberse convertido en algo tan complicado? ¿En todo caso, hasta cuándo seguirían con la farsa? Leonardo bebió un rápido sorbo y una lengua de fuego sacudió su pecho. Y pensó, como otras veces, qué habría pasado si se hubiera metido con otra. ¿Le habría ido mejor?, ¿habría llegado a amarla como a Fiorella? ¡Vaya, qué lío!

Giró el asiento de la barra y quedó mirando los cuerpos bailarines de las muchachas. ¿Y si, de verdad, buscaba una para divertirse? Al menos, aquí había para escoger. ¿Le volvían las ganas? Porque para eso había entrado a la discoteca, ¿no?, para consumar una suerte de venganza personal contra Fiorella. ¿Tendría el valor suficiente para engañarla, luego de no haberse fijado en nadie en los últimos cuatro años? ¿Y si no sólo la traicionaba, sino que hasta la dejaba de una buena vez? Algunas chicas reían desenchufadas del mundo, otras parloteaban en oídos ajenos, unas besaban y acariciaban a sus ocasionales parejas. Para empezar, tenía que sacar a bailar a cualquiera, a una que le gustara. ¿Podría? Leonardo apartó el vaso y suspiró. Bien sabía que no, pues cuando uno vivía exclusivamente para una sola persona, al final, quedaba como inutilizado y lleno de temores, incluso para hablarle a una desconocida. De otro lado, tampoco debía olvidar los remordimientos. Qué pasaba si, al día siguiente, regresaban. ¿Poseería la fuerza mínima para ocultarlo? No, lo mejor era esperar a que se le acercaran, así la culpa se atenuaría un poco. Pero quién de estas danzarinas mecanizadas se atrevería a abordarlo. Por lo que veía, la mayoría estaba en forma: caderas curvilíneas, senos generosos, traseros redonditos. Qué esperaban, después de todo era hombre, ¿no?

Leonardo daba de nuevo la cara al bar, escuchando la música caótica como desde un abismo, concentrado en el solo tronar de sus dedos. Creía que, luego de chasquearlos, alguien aparecería, un cuerpo húmedo y quebrado, y le diría hola. Cerró los ojos e hizo retumbar sus falanges otra vez. No ocurrió nada. Fiorela era una estúpida si pretendía mandar al tacho una relación de tantos años. Porque, a pesar de las válidas razones para terminar (los celos infundados, la mutua incomprensión y los malos tratos), ¿no tenían, acaso, recuerdos muy bonitos en su relación como para rescatarla? ¿Y si fuera sólo la costumbre y no el amor lo que los impulsaba a seguir? ¿En verdad, se habrían aburrido? ¿O era que ella...? No, no podía ser. ¿Cómo podría Fiorella haberse enamorado de otro? Leonardo sacudió la cabeza y, de golpe, la música le astilló el alma. ¡Qué idiota!, él ahí, queriendo engañarla y ella flirteaba quizá en ese momento con quién sabía quién. ¡Maldita sea!, seguro que sus amigas de la universidad, las alcahueteras esas, la estarían ayudando. Sí, tenía que pararse, llamarla, verla, ¡rápido! Pero, cuando se levantó, el gordo de la barra lo contuvo con una mano poderosa y le recordó que aún no le había cancelado el trago.

Leonardo colocó un billete por delante y se volvió a sentar, desanimado. Hubiera sido una imprudencia. De haberla llamado, qué le habría dicho de responderle ella misma al teléfono. ¿Que estaba en una discoteca buscando a alguien con quien ponerle los cuernos u olvidarla? Y si Fiorella no estaba en su casa, adónde demonios habría ido. ¿Llamarla?, ¿verla?, ¿olvidarla? ¿Por qué se abrumaba tanto si ya ni siquiera eran enamorados? ¿Acaso ella no había terminado con él? Tal vez por eso nada de lo que pensaba tenía sentido. Pidió otro Cuba Libre y decidió esperar. Si alguien se le acercaba, él no se haría de rogar. Al fin y al cabo, era libre, ¿no?

El tequila de un rato después le dejó en la boca rezagos amargos de sal y limón.  Aun así, reclamó otro. A esas alturas, cuando la madrugada había llegado a la mitad, las gentes se agitaban con coreografías absurdas, como si fueran simples figuras controladas por otros. Los tragos las habían desinhibido y la locura de luces intermitentes aumentaba su euforia. Leonardo seguía tronando sus dedos. Sí, de repente era el temor de romper con esa tibia costumbre y quedarse solos o el de conocer a alguien peor lo que los mantenía juntos. ¿Creía realmente que ella estaba con otro?

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