El día que se fue fui a pararme a la estación para despedirme de ella, ella llegó escoltada por los hombres que habían venido desde la ciudad exclusivamente para encontrarla, la gente murmuraba de todo mientras ella caminaba rumbo al tren, a mi me mordían las ganas de romperles la geta a todas esas viejas chismosas que no habían parado de hablar de Elena desde que ella llegó al pueblo, la rabia se convirtió en amargura cuando la vi subir al tren, ella seguía llorando, y yo ya no aguenté mas, esperé hasta que el tren se puso en marcha y cuando nadie me veía subí al tren y busqué a Elena por todos los vagones. Cuando la encontré ella ya no lloraba pero tenía una pena infinita en la mirada, me mataba el alma verla así, yo que la había visto con la plenitud de su alegría los primeros días que estaba en el pueblo, pero ahora era solo la viva imagen de la amargura. Luego no lo pensé mas, entré como una tromba al vagón donde ella estaba y sin mas ni mas la tomé de una mano y la saqué de allí antes de contar tres, todos quedaron tan sorprendidos, incluidos los hombres, que cuando atinaron a reaccionar yo ya estaba haciendo saltar a Elena del tren, que aun no había tomado velocidad.
Elena no dijo nada, ni al principio ni después de la caida, solo parecía mas triste, yo no entendía porque, estaba libre de aquellos dos y gracias a mi, debería por lo menos de agradecermelo, yo solamente la miraba entre confundido y nervioso esperando una palabra que jamas llegó, en cambio de esa palabra escuché la única razón que para mi valía, la de ella.
Te arriesgaste mucho-me dijo, yo solo moví la cabeza- pero ahora comprendo que esto no está bien, que tendría que huir siempre y siempre me encontrarían-
-¿Pero porque?- dije casi gritando y luchando porque las lágrimas no me traicionen y me hagan ante sus ojos mas niño que hombre.