Todo acabó y José María no recuperaba sus capacidades extraordinarias. Hicieron rogativas, procesiones nocturnas con estandartes y antorchas y hasta una romería al santuario de Nuestra Señora de los Milagros y Dios como si nada, no le devolvía los poderes y esto ocurrió de repente, cuando el poblado quedó limpio de foráneos; dos de los llaneros habían escondido para su placer y beneficio a dos puticas jóvenes y mientras no marcharon el sacerdote no recuperó sus tributos celestiales. En otra feria si pudo demostrarlos y flotó y brilló con luz propia, hizo repicar las campanas nuevas con avispas de ruido que castigaron a los malhablados aguijoneándoles los oídos y la lengua y transformándolos en seres irreconocibles que recuperaban sus facciones normales después del sacramento de la penitencia y una limosna para la Iglesia de Dios y también revivió el sueño bíblico de un rey egipcio con unas vacas flacas que se tragaron a otras gordas y defecaron mierda de cristiano. Esta vez no, soportó la mirada burlona de las bandidas y las sonrisitas de los ganaderos liberales, el irrespeto de los conservadores de otros lugares que acariciaban de manera obscena a las prostitutas en su presencia y los gritos de apuestas en las mesas de juego, aguanto sueños de reclamos de esposa y novias a pesar de la prohibición y anheló una lluvia de lo que fuera sobre el pecado y la perdición; sacó animales del templo del Señor y cerró puertas con cerrojos y trancas, expulsó animales del interior de la casa cural y echó veneno en los muñones de los tallos marchitos, encargando otra pequeña selva a unos arrieros que viajaban con sus mulas llano adentro, con plantas carnívoras y pirañas incluidas y todo de todo; encargó a sus tres colaboradoras incondicionales la confección de una sotana nueva porque esta estaba mordisqueada por un semental que aprovechó una de sus momentos de frustración y ensimismamiento mientras observaba los estragos del pecado en Quente del Santísimo Sacramento , tal como quedó consagrado desde entonces, y rumió, al tiempo con las vacas sus deseos de venganza contra don Fructuoso, la vagabunda de su mujer, los llaneros y todos esos borrachos cabrones que se orinaban y defecaban al frente de las viviendas respetables.
Durante estos días y sin darse cuenta, en sus horas angustiosas sin poderes, continuó la guerra solapada. Una noche los perros hambrientos, porque el alemán llevaba cuatro días tirando con Lola Cruz y bebiendo, mataron y devoraron tres vacas llevando unos trozos sanguinolentos a los muchachos enjaulados, acostumbrados a comer igual que los caninos; masacraron seis gallos finos del patrón y su compadre Ananías, fijos ganadores que iban a pelear contra los de Carlos Gantiva de San Jacinto del Guacal; era una cuestión de honor y llegan estos hijos de perra y se los tragan. “Clotilde, mija, mande unos músicos escandalosos a las casas de las viejas y que toquen toda la noche para quitarles el sueño; ustedes, Antero y René busquen un mal parido perro y lo desuellan para ver como se lo comen los gallos de riña”. “Como ordene patroncito”, y atraparon uno canelo grande y colmilludo que respondía al nombre de Barrabás: El alemán, cuando lo supo, lloró como un niño chiquito.