Menos por más
Antes de que la banca se formara, los prestamistas y las compraventas dominaban el mercado mundial. No como las conocemos ahora, sino negocios familiares o personales, maldecidos tanto por reyes como por mendigos, se dedicaban a subsidiar tanto al pueblo como a gobiernos.
Siempre ocultos en la sombra, dirigían con mano de hierro los destinos de naciones enteras. Tenían el poder de causar guerras y hambrunas; derrocamientos de reyes y revoluciones. Moviéndose en pos del lucro, pasaban por encima de principios morales y valores espirituales. Los hombres de alta alcurnia, obligados por la palabra dada o un pedazo de papel firmado, sucumbían a los intereses del usurero o especulador (como sigue ocurriendo hoy en día) y, con tal de saldar la deuda y no manchar su nombre, accedían a realizar actos que llegaban a perjudicar una nación entera.
El pueblo era menos afortunado. Subyugado por intereses gigantescos, e imposibilitado de pagar la deuda, se convertía en esclavo o perdía la vida en el cadalso, mientras sus bienes pasaban, de manera legal, bajo la tutela del prestamista. Por eso los prestamistas eran y son odiados, desde el principio de los tiempos y, al mismo tiempo, indispensables en un sistema económico de mercado.
Los bancos nacieron como una evolución a la legalidad de la casa de préstamos, quitándose el estigma y la fama adquirida durante siglos. Ahora eran bancos y venían con una característica “atractiva”: pedían préstamos al pueblo y pagaban interés por dinero depositado. Es decir, cuando el banco recibe dinero de cualquier mortal (sin importar su clase social), está recibiendo un préstamo por el cual se obliga a pagar un interés.
Esta nueva idea fue recibida con alegría y beneplácito por los antes explotados por los prestamistas: ¡Ahora ellos eran los prestamistas y tendrían en sus manos el poder económico!
Craso error que convirtió al pueblo en esclavo voluntario del sistema financiero. La receta perfecta de la mentira equivale a un cuarto de verdad por tres cuartos de mentira. Mezcle bien y sirva frío. El comensal no sabrá la diferencia. El pueblo se convirtió en prestamista, es cierto. Pero había una gran diferencia: el interés de los bancos era diferente al interés del pueblo, bajo la floja excusa de que los bancos proveían un servicio que protegía el dinero de los prestamistas (clientes), por lo que sus intereses serían más altos, además de un cobro “simbólico” mensual, para “justificar” los gastos del papel y los empleados.
Al principio esta diferencia no era mucha, pero los bancos crecieron como hongos en esquina húmeda: de forma desproporcionada e incontrolable[i]. Pronto los dueños cayeron en cuenta del error. La estructura permitía que “cualquiera” se convirtiera en banco (léase captador y prestamista) por lo que la competencia era dura y el lucro no se veía por ningún lado. La economía nacional (léase de cada país) se vio afectada, ya que no había un control de intereses, la inflación era desproporcionada. La moneda nacional buscaba el extranjero, donde se le daba un mayor valor[ii] y viceversa. En ese momento nació el concepto de un ente regulador de la moneda, o un “banco de la nación”.
Ya sea de buena forma, ya sea de manera vil y traicionera, pero algunos bancos fueron “engullendo” a los que no sabían o no podían hacerles frente, al momento de captar la nueva moneda y adaptarse a un nuevo sistema financiero, manejado por el prestamista mayor (el banco de la nación), que administraba a los demás prestamistas.
La carrera por el control de la punta de la pirámide había iniciado. Y el pueblo no tuvo otra alternativa que la de mirar hipnotizado como nacían nuevos imperios, Imperios Económicos.
[i] Cabe anotar que este descontrol se dio más que todo en Estados Unidos, por encima de otros países “desarrollados”. Desde principios del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, Europa, Euro Asia y Asía, estaban envueltos en guerras y conflictos internacionales, momentos de la historia en los que los prestamistas eran perseguidos sin miramientos. Estados Unidos, para esa época, estaba en una etapa de desarrollo, exceptuando el período de la Guerra Civil, sin involucrarse de forma directa en conflictos externos. (Las excepciones fueron ambas guerras mundiales, aunque en ningún momento Estados Unidos fue invadido o sufrió la presencia de tropas invasoras en su territorio, lo que eximió el país de la reconstrucción socio-económica por la que pasó el resto del mundo).
[ii] Cabe anotar que las monedas, en el siglo XIX, eran hechas en oro, plata y metales preciosos. Del precio de este metal dependía el valor de la moneda. Sólo con la aparición de la banca, comenzaron a utilizarse otros materiales para representar la moneda.