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Y al cabo Lunas decir al Señorito.


-Nada de tiros D. Miguel.


-Se hará lo que se pueda.


- -Y como el cabo volvía a la carga,  advirtiéndole-.  Ud. verá,  pero yo no sé escribir sino es la verdad.


- -Y el señorito preguntar chulo.  ¿Qué es eso,  una amenaza cabo?


- Y el cabo advirtiéndole otra vez-.  Estas cosas las arregla la justicia que para eso está.


- Y el señorito más chulo aún si cabe,  contestándole a la vez que le advertía-  En esta tierra la justicia soy yo,  no lo olvide cabo.


- Y como el cabo se quedaba intentando dar por zanjada la disputa, con un-  eso ya lo sé D. Miguel,  peor no quiero una cacería de hombre.


-Y el señorito-  Aquí no caza nadie,  yo sólo cuido mis tierras.  Son ustedes los que tienen que cazarlo.


-En eso estamos.  - Respondió casi buzando el cabo-


-Pues aligerando que para eso le pagan.


El cabo se monto en el viejo Land Rover con el gesto agrio y contrariado,  para murmurar aprovechando el fuerte rugido del motor:  "¡Me cago en todos sus muertos!,  ¡chulo de mierda!".


Por otro lado D. Miguel reanudó su batida no sin antes decir viendo marchar al cabo:  "Éste es de los del 78,  pero mis huevos tienen demasiadas hectáreas para aguantar sus chulerías".  Los hombres de la cuadrilla sonrieron en silencio.  Para continuar luego la cacería.


D. Miguel buscaba a Manuel,  no porque hubiera matado a Pedro el alcalde,  porque como él decía en tono despectivo,  "alcaldes como éste los tiene uno a puñados".  Pero,  aún así,  en cuanto se enteró de lo ocurrido,  se fue hasta el bar para oír algo más de lo que le había contado Parreño,  su fil criado mudo.  y dijo:  "hay que salir a buscarlo, no se puede permitir que se dispare contra la autoridad.  Además,  cuando un hombre se echa al monte nadie de buena cuna está a salvo".  De ahí su afán por darle caza,  lo hacía por propia seguridad y también por divertirse persiguiendo a la más inteligente de las alimañas,  pues ese era el calificativo que le merecía a él su cabrero.


Manuel trabajaba desde niño para la familia de D. Miguel, como pastor de cerdos primero,  luego de cabras y los últimos años de ovejas,  a él le debía todo lo que era.  Él la había dado el pan,  la sal y la rabia,  la humillación y hasta el aire que respiraba,  porque allí todo era de D. Miguel.  Por eso a éste se le hacía difícil sospechar que Manuel pudiera odiarlo hasta el extremo de atraviese a encararlo con la escopeta.  Además,  no había peligro,  pues de todos era sabido que la vieja escopeta de Manuel había quedado abandonada en la oficina del alcalde.  Y con las manos vacías no había cuidado,  ni por asomo se atrevería.  Eso al menos pensaba él.


El cabo Lunas entró en la cabaña de Manuel.  Era una construcción en madera ligera,  es decir,  puro ramaje,  alguno aún rabiosamente verde.  La puerta si la mirabas de dentro afuera era la pared del fondo y si lo hacías a la inversa ésta se disparaba al último vértice visible del horizonte, y por la misma razón la pintaba el día,  había días en que era gris, otros negra,  otros azul,  otros de plata y en aquel momento de oro de 40 quilates a la sombra.  Sacó de nuevo su cuaderno de pastas rojas,  lo posó sobre el sucio y destartalado camastro,  y comenzó a curiosear por entre las escasas pertenencias que éste había dejado abandonadas en su huida.  El compañero revisaba mientras los exteriores con la desgana de quien tiene plena conciencia de que no va a encontrar nada.  Se agachaba,  miraba y se secaba luego el sudor con gesto lento y aburrido.


Mientras,  las ovejas,  ajenas a todo,  se miraban embobadas,  apoyando sus cabezas las unas en las otras.  Estaban sumidas en ese trance idiota del mediodía,  una especie de agonía incómoda y exasperante que les robaba la vida,  dejándolas a merced de un estado de inconsciencia y entrega que da calor.


El Sol dueño de todo galopaba sobre el viento convirtiéndolo en su más raudo y escurridizo mensajero.  Allí donde no llegaban sus ojos de fuego,  llegaba él rompiendo el menor atisbo de frescura y esperanza.  Manuel,  en cambio,  no sentía color,  la tierra arcillosa de la cueva hacía de escudo.

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