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Las voces de los niños llenaban las casas y los cuchicheos de  los adultos extendía su morbo, pero la voz de un extraño no existía. Las voces del hermano  pidiendo que aplancharan la camisa, que pegaran un botón en el pantalón. La flor en la maseta anegada en agua de la mina, el lento riachuelo cruzando la hondonada,  el canto del pájaro surcando el silencio de la sombra, el mismo día  repitiendo el sol, el viento de todos los días sobando los sucios aleros, la nube que pasa y se ubica encima de la montaña, otro viento llevándose los malos olores de la resaca, de la rata muerta hace tres días, de la alcantarilla perfumando las calles y el olor que sale de los baños de las casa.  Nada diferente,  la postal repetida; la voz moralista y retorcida,  el susurro apenas perceptible pidiendo un favor sexual a un niño; la muerte recorriendo la calle en ataúdes, un huérfano en la esquina llorando la soledad, la calle pequeña y ciega, río de soledad; la casa con las puertas abiertas, cueva milenaria con hollín en el techo, la cocina con fogón de tierra y los cuartos amoblados con camas de tabla. El humo de los malos olores un horizonte abstracto. Las mujeres jóvenes pudriéndose en la cocina entre la ceniza y la mancha de plátano y los hombres esperando la ayuda de unas instituciones raquíticas e inamovibles, en que el futuro conducía a la nada, pero físicamente a la nada. El bachillerato hasta cuarto grado. El que llegaba a ese grado orgulloso repetía  hasta que  se cansaban los profesores y lo mandaban a lavar y servir tinto en los cafés y lugares de lenocinio. Se especializaba en cuarto de bachillerato y salía a aplicar los conocimientos académicos en el oficio de lavar platos, cargar bultos, recoger hierro y venderlo pesado. Ponciano y Hebert rompieron esa cadena con la elección del estado de inmigrantes. Sin embargo  los jóvenes, hombres  y mujeres, de repente fueron víctimas del cólera radicado en las caries dentales, una epidemia que no podía ser aliviada con ninguna medicina. Había mas hombres con cajas de dientes que con dientes naturales. Desde tiempos pasados el hombre ha querido reemplazar lo natural, éstos por sustracción de materia y otros asas modernos, al querer variar el tamaño o  la ubicación de la pieza o el órgano. Una solución que a nadie importaba, usual y corriente en el Valle, las mujeres a la cocina y los hombres a la servidumbre o viceversa.  El mundo retornando siempre con las mismas premisas. Pronto nueva casa con la mugre de los anteriores habitantes, nada cambiaría, la misma postal quieta a 15 grado de temperatura, la misma flor mecida por la mano de Olga. Hebert y Ponciano leyendo pasquines del cine. En este tiempo las antenas de televisión haciendo de brújulas mentales y los muertos y crímenes reproducidos con lujos de detalles, dice Ponciano de la vida moderna. De nuevo la mirada con la sonrisa invertida, quizá una voz que levanta las matas, al otro lado una casita trampa de las palomas. Inmensos zaguanes y corredores de madera llenos de materas con flores altas y maleza ensortijada. Allí una soledad antigua, el viento viejo y extranjero, la oscuridad del miedo, los ricos felices viendo tanto pendejo junto, concluye Ponciano, después de apurar un trago de ron  en estas vacaciones en la montaña Alegrías. La noticia de la muerte en otras regiones llegaba en rumores cuando un bandido hacía  cortes de franela a los pasajeros de los buses. Un extraño en el zaguán, nunca. Ponciano nunca se encontró con Hebert en el zaguán, si alguna vez hubiese ocurrido, el que primero apareciera sufriría una trompada, el susto resolvería el encuentro. El zaguán pasaje entre el adentro y el afuera, allí acudía el pensamiento veloz, el arrepentimiento en medio del sudor, estaba dios perdonando a los niños y allí aparecía el arrepentimiento  de haber gozado. En el zaguán invocaban la estrategia antes de salir o antes de entrar. Todos los miedos a consulta, las malicias y las mentiras pasaban la prueba definitiva. Un oráculo oscuro lleno de polvo y trebejos. A veces este zaguán cumplía como pesebrera, dormían allí los caballos de paso o las vacas que iban a la feria cada mes. Entonces el zaguán quedaba en la noche lleno de mierda y el zapato del que pasaba quedaba ensangrentado y perfumado y muy dispuesto iba a las reuniones sociales con perfume propio, fuera de la pecueca inmanejable entre los zapatos. Una casa con piso de madera, la tardanza para regresar en la noche, el ruido al caminar y la delación de la tabla. Esperar que no escucharan el traqueteo de la madera a altas horas de la noche, dar pasos de gato y aparecer sentado sin sudor y amando al patrón. Ponciano denunciando a Hebert. El detective de la televisión es héroe todos los días a las diez de la noche, recordaba Ponciano mirando desde la ventana en la noche de la montaña Alegrías, en donde los hondos socavones derrochaban oscuridad, el viento empujando el ramaje de los árboles y el pájaro quieto en su nido tratando de conciliar el sueño. A propósito, en esta montaña lejana los pájaros duermen con los patas estiradas y la nuca encima del pajarito pequeño. Ponciano sigue el viento en sus revoluciones y recuerda sin pronunciar palabra a Baretta el detective de las diez de la noche, que se disfrazaba de anciana para atrapar a los hampones. Una noche halló en el zaguán una vieja  mendiga durmiendo y al tropezar con ese esperpento, corrió la noche entera presa del miedo.          

El Valle un estilo de vida propio, testimonio de Ponciano y compañía. Al recibir la comida el plato lo llevaban hasta la cama, o era consumida en una silla en la cocina. Las tardes llegaban temprano y la noche de igual forma. La comida con ese tempranear de las horas se cumplía acertadamente. El sol en el declinar invitaba  a las comidas, en la noche se hacía en las camas e inmediatamente ocurría la siesta hasta el otro día. En el medio día sin que llegara al partir el día con el filo del tiempo, el almuerzo estaba servido y entre los comentarios disfrutaban las amplias sillas que había en la cocina. Las cucharas brillantes hundidas en abundantes sopas y el elemento principal de esa hora la conversación y de ninguna manera la comida.  La escasez contribuía a que fueron consumidas con rapidez y las horas transcurrían en medio de un  hablar y hablar de los seres metafísicos que poblaban el mundo, desde los seres agazapados en las fondas y hondonadas, hasta el horror de la lengua misma de los temerosos. No solo hablaban de los seres venidos del arriba, sino de los que inventaban haciendo habitable su pequeño mundo. Así se consumía ese ligero plato de comida, poblado de elementos de la naturaleza que mas abundaban como hojas, tubérculos y demás entretenedores de los músculos estomacales. Las naranjas cogidas en raquíticos palos guardaban pocos jugos, y las cáscaras utilizadas haciendo dulce. El dulce de breva tenía acogida entre los comensales y en una ocasión dijeron no recibir alimentos si repetían el dulce de cáscara de naranja que no era del agrado, asimismo ocurrió con los fríjoles rojos, pues hubo otra protesta de los jóvenes pidiendo no más fríjoles. Las protestas vinieron en razón a que no había forma de conservar los alimentos y todavía no había llegado el hielo para que lo usaran los habitantes en general. La carne se podría ocho días seguidos esperando el consumo, pues mataban el ganado para el consumo cada semana. La carne maloliente los viernes elevaba un obituario al cielo en olores nauseabundo que festejan los gallinazos, que poblaban con generosidad los cloacas que guardaban los límite del Valle. Ante tal incertidumbre alimenticia eventualmente, la mesa un campo de batalla, una trompada y una yuca en el ojo, una lágrima mientras pegaba el botón a la camisa, la digestión inadmisible en pedorreras interminables, se decía la guerra de las horas pico. La comida acto final de todas las violencias, contra los animales, contra la naturaleza y no era extraño que en ese ambiente de violencia Ponciano y su familia se trenzara en una batalla campal, lo mismo que la familia reducida de Hebert. Trompada iba y venía, insultos a la madre que hacía la comida y los platos terminaban estrellados contra la pared. Asociaban el movimiento mandibular con la violencia al enemigo, especialmente quien está al frente obstaculizando la panorámica. Trituraban las diferencias primero entre los dientes y en especial Hebert con el cuchillo de la venganza en las manos. Ellos flacos como una mata y habladores como las loras. Un niño en la noche interrumpió la calma al gritar, no sorban que no dejan dormir. No conocían una familia feliz.En los días las palabras poblaban los momentos de calma y las extensiones en grandes silencios violados con las voces de pájaros y el caminado de pato sobando el áspero piso. Además siempre esperaban lo sobrenatural, si un problema venía de un no sé qué lugar, hallaban la solución metafísica y también venía de otro lugar desconocido. Su capacidad  dejada a la imaginación y los habitantes de los aires tenían la palabra. Preferían mirar  a los cielos y si veían un grupo de  aves alejarse y con aleteo persistente, dejaban la empresa a realizar, pues muchas golondrinas presagian invierno y  esperar una nueva señal, el invierno venía en cosa de horas Su mayor oráculo el presentimiento, de suerte que consultaban luego de las comidas, para evitar una noticia absurda y tener que dejar la comodidad de la siesta. Paciencia sin desarrugar el tiempo. La tele decía mañana llueve y era el día mas seco de la semana, dijo Hebert esperando buen clima para bajar al Valle.             

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