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Los carros de madera atraían las miradas y las competencias llamaban a los curiosos. Los niños primeras victimas y los primeros en derramar la curiosidad; Edilberto ganó un paseo  subido en la trompa del carro y antes de parar cayó al piso. El mundo se fue contra el pavimento, un vaído en el aire, la mente retuerce su gaseoso contenido, sensación  de nudo, envolviendo de atrás hacia  adelante, un espacio sin terminar. El gusano sobando las paredes del cerebro, no terminaba de desenvolverse, el cuerpo tieso y el pensamiento cenagoso, yendo y viniendo, la informalidad dominando, así hasta terminar el martirio de ese viento envuelto en las telas y los pisos. Sueño con un carro encima de un niño con las seis llantas. Las calles estrechas, sin señalización e inmensos  carros chocones.Edilberto cayó de nuevo en una escalera interminable y oscura, amplia  tela mental. Tres días sin regresar,  un golpe y la espera, la oruga lenta de la inconciencia, recorriendo la mente, reemplazando el piso de madera. La tierra negra, el viento frío; la vida desapareció afuera, la muerte recogida en los vericuetos esperando hallar el orificio final. La bella juventud no estaba preparada para ese día y el orificio conducente a la muerte no estaba listo. Tanto volteó el gusano, quietud del cuerpo desesperado, sequedad en la boca y el cuerpo hirsuto esperaba en la cama. Así, hasta tres días interminables. Quedaría atrás la tragedia de la soledad y la incomprensión. La vida siguiente sin amor, esperando la repetición, la misma agua sin el sol, la misma sopa sin carne, igual mirada vacía, la misma mujer en la calle con igual ropa, todos los días inventando el sexo, haciendo monstruosa la naturaleza. Otra vez la mujer en la calle, mostrando las piernas blancas y soñadoras. La repetición, la imaginación destruyendo la naturaleza. Al final el mundo verdadero, un mundo imaginado. ¿Cuál el mundo aparente?Hebert y Ponciano ya no eran niños, adultos sobrevivientes del odio. Cuando pudieron pensar en si mismos la tele fabricaba el mundo del futuro. ¿Estaría Pepino al margen de la hecatombe?El Valle no sobrevivía a la estrategia moralista. El sol y las miradas buscaban los cuerpos sin hallarlos; los ríos serpientes del placer, en cuyas riberas crecían los deseos, alejados de las construcciones y entre las sombras de los árboles. El encuentro con el agua un crimen y decían qué objeto el baño si la mugre vuelve. Los cuerpos de los bañistas adelgazaban la mirada, mostraban la originalidad de las formas, el placer nunca sentido, pero imaginado el amor en las noches solitaria, surgía en oleadas de calor. Allá cerca del río aparecían los paisajes de la luz, fuera de la mirada ordenadora aparecía el desorden de la vegetación y el cuerpo abriendo historias, un deseo marcando el derrotero de la trasgresión, el agua descubriendo parajes humanos. Los vestidos puestos a secar en las piedras, las partes humanas blancas alumbradas por el astro rey, los ojos de los hombres agradeciendo los ribetes enamorados. La costra de la mugre desaparecía, luego de que el agua inventara nuevos territorios y esas imaginaciones retorcieran la realidad, podrían los hombres regresar al Valle vencidos por el sentimiento de culpa, de la pena de haber desobedecido, al no acatar la orden que impedía poner una parte del cuerpo al sol y al agua. Regresaban con los deseos escondidos, con la mirada gorda, el movimiento lento y las pesadillas en las noches, en donde aparecían mujeres con la pelvis maltratada y hombres señalados con la cruceta de marcar los novillos. En la reciente historia Hebert conoció la historia de mujeres desnudas en la tele y no tuvo que recurrir a los ríos, ya mostraban sus vergüenzas en la cuadrícula mágica.Lejos del matorral, las lagunas verdes, los prados inmensos e inclinados, la maleza tapaba los hombres. Ocultos rezongaban los pedidos sexuales. Pocos han experimentado  un deseo sexual detrás de un matorral, en esta época los matorrales estaban prohibidos, nunca pudieron escribir hierba con amor. Ponciano supo que la tele escribía amor en una cuadrícula.A Edilberto lo perseguía un hotel vacío lleno de puertas oscuras, camas innumerables y de a cuatro en un cuarto, laberintos del deseo y hombres como insectos, gritos como pedidos, escaleras como deseos, oscuridades llamando. Semen en los baños, tanto que metieron el ojo milagroso en los baños. Ningún hombre miraba  al cielo. Hebert supo que la tele democratizó la masturbación, costumbre  de la que no se excluyeron las mujeres.Las miradas ponían rectas las calles, las mujeres enderezaban el  cuerpo, los niños enturbiaban la mirada y los hombres y mujeres miraban por encima del hombro, cuando sabían que otro detenía el movimiento. Las puertas y ventanas entreabiertas, los ojos redondos aguzados por el deseo, los zaguanes oscuros y llenos de mierda, los caballos en establos oscuros montaban las yeguas. El gallo lanzaba el ligero canto y un polvorete de tres segundos. El agujero largo, el deseo corto. Inventores del vouyerismo. Los animales imitaban a las hojas, unas sobre otras y los hombres y mujeres veían pasar las nubes con un canto de lejanía. El hombre solitario veía deslizar el placer entre las manos y las mujeres perfumaban su cuerpo con un ligero entusiasmo. Un hombre que hizo un viaje a pié contó estos detalles, pura imaginación.       

 

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