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El día de cumpleaños no existía, el del pago menos, pasaban iguales, sobresalía el viernes santo. Las semanas y los meses no eran importantes, solo los años. Los días, escalones de igual intensidad, solo un día descansaban cerrando las puertas. La misma soledad, el aire quieto, los pájaros en los árboles y el niño atento, ese tiempo contados en años, no existía otro periodo de tiempo importante.

De otro lado las flores fueron ocultadas y autorizaron su cultivo dentro de las casa. Las palomas  no volvieron, luego de matarlas  y moler sus huesos para hacer caldos levanta muertos. Olga cuando tomaba ese reconstituyente transfiguraba su rostro.  Augusto sonriente esperaba que la casa trampa recogiera las víctimas. Los pájaros desaparecieron y fue una especie en extinción al recluirlos en jaulas. Las frases de amor, guardadas en cajas fuertes y la noche fue usada solo para dormir. Trajeron perros que atacaban a los niños y la calle quedó solitaria. Hombres y mujeres podrían lanzar miradas sin importancia. Los perros fueron desaparecidos, pero los gatos tenidos con cariño y alimentados con leche de vaca. Augusto correteaba a los gatos a fin de desperezarse, decía, los gatos son tan alegres como los niños. Augusto amaba a los animales, tanto que montó un aparcadero de cerdos con el objeto de engordar y vender esos semovientes luego y recorría el pueblo pidiendo las sobras de las comidas  y llevarlas hasta la pesebrera de cerdos. Demoraba varios días para llenar un balde de las sobras en el Valle y los pobres cerdos demoraban más días de lo previsto para amentar su tejido adiposo. Así mantuvo su familia varios años enfundado en ese amor a los animales de casco hendido. El amor a los animales muertos también fue posible al ser carnicero otros tantos años antes de abandonar el Valle por física hambre. Cuando desapareció correteado por el hambre los hijos adolescentes podían pedir empleo en las grandes ciudades y de esa manera hizo un gran aporte haciendo de sus hijos teóricos de la honradez y de las mujeres matronas expertas en la educación. Qué clase de hombres y mujeres podría producir este régimen de inhabilidades. Además no podían olvidar  el mundo proporcionado por el Valle, entre ellas esas costumbres que pusieron a  prueba entre gentes desconocidas y vigilantes.    

Ni en sentido vertical, dile al jefe, ni en sentido horizontal, dile a Ponciano, hágame el favor. Hebert no sabía donde estaba Ponciano. La palabra patrón no existía, el hombre moría sin reclamos, talvez como un animal, haciendo un tributo a la tierra. Algo parecido a un favor, caía como un hecho necesario, no había que forzar un elemento para que ocurriera, como la lluvia vertida desde la hinchazón de las nubes, como la noche que llegaba a determinada hora.

 

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