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Ahí pegados del piso, no veían las flores que crecían en los patios y jardines, ignoraban el agua que corría en los ríos y las palomas  no volvieron presumiblemente huyendo de las casas trampas y las que caían en manos de los destripadores, luego de matarlas  y moler sus huesos hacían un caldo levanta muertos. Cuando Olga tomaba ese reconstituyente transfiguraba su rostro.  Esa paloma que representa al espíritu riega el cuerpo. Augusto sonriente esperaba que la casa trampa recogiera las víctimas. Con estas mismas costumbres los pájaros desaparecieron y fue una especie en extinción al recluirlos en jaulas. Trajeron perros que atacaban a los niños y la calle quedó solitaria. Los perros callejeros fueron desaparecidos, pero los gatos tenidos con cariño y alimentados con leche de vaca. Verdadera zoofobia. Augusto correteaba a los gatos a fin de desperezarse, decía, los gatos son tan alegres como los niños. Nunca imitaron a los niños o a los gatos, sin embargo imitaron a los perros con los dientes pelados y dirigidos a la presa. Conocieron el mundo, comiendo, corriendo, peleando. Un cerdo con los cachetes inflados sería una estatua apropiada a esta época. No aspiraban a otra esfera, con la criminalidad convivieron al lado de los hermanos que con lágrimas hicieron de este mundo un pasadizo y del hogar una cueva. Luego con uñas y dientes construyeron. El mundo o el infierno tantas veces descrito en los libros recibí a los nuevo habitantes, una caverna hecha a imagen y semejanza de la estatua. Un espejo regado en los ojos, se veían en la mirada de los semejantes. Allí ratificaban el odio y el amor de si mismo. No es posible huir de la caverna y las estatuas no guardaban el equilibrio, inclinados hacia algún lado del infierno. Delincuentes y admiradores rompían los anaqueles como ficciones.

Un hombre metía piedras en los zapatos y se trasladaba de un  lugar a otro, queriendo simbolizar el futuro que quería para los conciudadanos. Un olor a santidad expedían esos estrechos zapatos. Además vociferaba contra las mujeres que llevaran trajes ligeros o escotes semi profundos. También recomendó a las mujeres no salir solas  y usar el manto en la cabeza evitando las miradas. Augusto dijo, que bebió a borbotones el agua proveniente de la mina y a consecuencia de ello pronunció las normas dignificando las costumbres.  

             

Navegaron en el mar proceloso de las formas, de las figuras en el cielo de los juegos pirotécnicos, de los globos circundando el espacio azul, de las olas en el remolino de las cascadas, de las montañas besando las nubes, de los árboles y de las frutas y no se contagiaron con ese movimiento.  Vieron los caballos con la cola levantada, a las vacas lamiendo el ternerito. Se comió la carne y no las frutas, contra los movimientos endurecieron las superficies; contra los árboles hicieron jaulas de madera, contra el aire fresco las puertas cerradas. Contra el ascenso social mantuvieron el castigo de la pobreza, diciendo que era un destino.  Contra la libertad el miedo a tomar decisiones. En el paseo por el Valle Hebert comprobaron que nada había cambiado y la caverna seguía intacta, aún mas peligrosa, pues ya veían su cara diferente pero engañosa. Los beneficiarios del régimen del miedo y la vergüenza no facilitan el cambio, pues la situación como ha venido desenvolviéndose da los mejores resultados a sus intereses y  genera cohesión social y nuevos ricos engruesan el listado de los hombres importantes sin desgastar el régimen. La estratificación social ha empobrecido a los hombres humildes, con la misma soledad y el mismo miedo. En su mente Hebert recuerda haber superado esas limitaciones, pero hoy desde la montaña ve la llanura igual. Solo la montaña conserva un aire fresco, soledad  bienhechora, una soledad elegida y no una agresión de los poseedores. Ponciano duerme sostenido en el vientecillo que como un duende recorre la montaña en donde  han establecido el cuartel del recuerdo. Este paseo  invoca un pasado indecoroso, que aún reina en los cuerpos de los actuales habitantes. Hoy en el Valle de las Estatuas aparece el mismo miedo, la misma discriminación y violencia. El hecho de que sea un recuerdo no quiere decir que desaparezca. Se ha prolongado en el tiempo, al menos ha cambiado de fisonomía conservando los beneficios  a los propietarios de los bienes y de las creencias. Cuando Hebert espera que despierte Ponciano  reflexiona con un sentimiento expectante, simplemente lo que hace es recibir de su interior el pasado y  comprobar que la humanidad sigue reportando miedo, vergüenza y solemnidad.  Hebert cuidó el negocio de su padre mientras el descansaba en las tardes y la soledad y abatimiento llenaban las horas de trabajo y no esperaba nada bueno en esta ocupación. Las jóvenes no salían a la calle y menos acudían al negocio y si alguna de ellas pasaba estaba acompañada de la familia entera. En una ocasión en que asistió al teatro estuvo al lado de una chica y la primera palabra que pronunció al sentir el halo femenino cerca fue proponer con palabras huidizas un noviazgo. Aceptaron nuevas entrevistas y ella no salió de su casa en los días posteriores. Hebert ponía los brazos en la vitrina del negocio y repasaba toda la cartilla desde los profetas hasta los héroe nacionales, pasando por Bolívar y Santander. Nunca sería nadie mientras persistiera esta vida modelada en los profetas y estilistas de la abstención sexual. Recomendaciones que generaban constantes contactos homosexuales y la masturbación solitaria. En una ocasión una muchacha fue acusada de tener relaciones sexuales y su padre contrató a un prestigioso médico a fin que diera constancia escrita de la existencia de la virginidad. Así la muchacha siguió siendo virgen al cumplir el novio la consigna de nada por delante.       

         

En ese tiempo amaban los caballos, Ponciano dijo,  parecen hembras desnudas, de hermosa grupas y pelvis victoriosas. A veces las mujeres montaban briosos ejemplares, pasaban sin mirar confirmando que desde tiempos pasados las estatuas de sal quedaban atrás.

Augusto antes de ser comerciante fue un habilidoso domador de caballo. Tenía una pesebrera en donde apareaba los caballos y recibía los ejemplares nuevos. De alejadas regiones traían briosos ejemplares a fin de que domesticaran sus usos y usanzas y pudieran ser exhibidos como animales de pasos y los que no lograban incorporar esta disciplina eran llevados a los campos ocupados en  arrastrar las maderas prendidas a los cuellos o usados en las labores de transporte. Augusto se cansó de lavar y sobar el abundante sudor de estos cuadrúpedos, de entregar extensa jornadas para suavizar el paso o en otros casos para que el lomo fuera servil ante las cargas desaforadas de la producción. El caballo, confiesa Augusto,  ha sido muy cercano a las mujeres atraídas en su figura o el servicios que prestaban;  domados y domesticados el hirsuto lomo quedan reblandecido para que las esbeltas corvas o curvas de la mujer depositaran allí su deseo exhibicionista y pudieran avanzar por las calles como si fuera una pasarela equina y de modas.

 

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