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Ponciano  frecuentemente llevaba una camisa blanca, ajada en las mangas y abotonada en el cuello. En el bolsillo de esta atractivo y eterna prenda portaba un diccionario en miniatura que leía mientras caminaba. Ayudado con el diccionarito empezó  a hablar con palabras rebuscadas. Aprendió el significado de la palabra plagio y su grupo de amigos hicieron promesas de nunca incurrir en esas ligerezas intelectuales. Un escrito  con destino al periódico Atalaya era revisado a fin de evitar una posible copia y el arte de escribir conducía a evitar las ideas de otra persona. Ese intento contribuyó a la originalidad de los nuevos literatos del Valle. Ello es comprobado cuando Hebert recuerda a la primera novia que conoció en la ciudad,  a quien refirió la extensión de los campos Elíseos de París y la importancia de la cultura Maya. Ella quedó impresionadísima y convencida de que  él había visitado a Europa y Méjico en varias ocasiones. Ponciano sacaba el pequeño libro y lo abría en las páginas buscando términos al azar y las palabras desconocidas serían utilizadas en ese día. En esas aperturas encontraba  palabra que utilizaría a fin de asustar a los interlocutores: irrisión, conspicuo. Soprendía a las muchachas y tomaba un aire intelectual. Con la palabra “dizque” sembró varias polémicas, pues cuando en los escritos querían descalificar un argumento decía, alguien dijo dizque no existía el analfabetismo. Hebert no perdía el tiempo y consultaba la biografía de Bolívar, Santander y refería chistes del general Maza, hombre de Antioquia que dejó historias en las montañas debido a su arrojo e ignorancia. Hebert consultaba a Ponciano acerca de las palabras que no entendía en las biografías, como epitafio y plenipotenciario. En vista de que el diccionario era una miniatura, no pudo encontrar una palabra que calificaba a Bolívar de héroe circunstanfláutico. Dijo Ponciano esa palabra se encuentra en grandes diccionarios como la enciclopedia Espasa. Esta enciclopedia fue señalada como la primera muestra de dominio cultural, antes que el dominio económico. Ponciano hablaba con prepotencia y la única arma era el diccionario, si quería insultar  decía, filipichín. El ofendido inmediatamente preguntaba a otra persona el significado de ese insulto y entraba en una depresión progresiva. Cuando se enfrentaba a una mujer  no era capaz de usar el diccionario y sentía una incapacidad invencible. En una ocasión quiso decir una frase  a una mujer, y dijo: quiero besar sus espaldas. Ella pasó de largo y ni siquiera dejó espacio para que observara la admirable depresión anterior.  La polémica con el revoltijo de palabras, dio expresiones y acciones sectarias, así un profesor que debía calificar la conducta cada vez rebajaba dos puntos, argumentando que Ponciano sufría de delirios de grandeza. No se sabe quien había consumido agua proveniente de la mina en mayor cantidad, si Ponciano o el acomplejado profesor. Entonces se nombraron los Hombres del Diccionario. Estos hombres cuyos nombres fuera de los conocidos son Rubén Dario, que sostenía que su madre le puso ese nombre  imitando al poeta nicaragüense, Hernán y Mario un artesano constructor de buques. La principal fuente de información que elos exhibían en las conversaciones estaba contenida en las lecturas dominicales de los periódicos, en donde diversos escritores y críticos cumplían cada semana la labor de divulgación literaria y artística. Alli publicaban capítulos de novelas ganadoras de concursos literarias, análisis de las mismas novelas y encendidas polémicas. En esos periódicos dijeron que Cien Años de Soledad era una novela vulgar y atrevida en el lenguaje y dieron a conocer las nuevas tendencias literarias entre ellos a Héctor Rojas Herazo y partieron la historia literaria entre un pasado moralista y una literatura universal y creativa. Ahí conocieron a los poetas de Bogotá y Medellín que se orinaban en las iglesias y leían los poemas escritos en papel higiénico. Esas nuevas tendencias para nada influyeron en sus gustos, pues era una revolución en las formas y lo que necesitaban en el Valle era una revolución  contra la miseria y el hambre de cultura. Un joven que llegó hacer una visita de pocos días de la capital trajo consigo el libro “Así habló Zaratustra”, y fue leído por Ponciano en un día y poco entendió ese lenguaje de las esencias. Un libro que ganó adeptos en varios cursos fue ”Como hablar bien en público”, obra que  representó una necesidad de pulimento y elegancia en el buen hablar. Los ejercicios para hacer una voz uniforme y transparente ocuparon varias horas diarias y proliferaron los discursos en los actos públicos. Rubén Dario saludaba a Ponciano con: hola diccionarísismo. Mario, el artesano constructor de barcos cuyo origen fenicio no ocultaba, poco ante del éxodo difundió un texto de Sidharta en que al contestar una pregunta en el sentido de qué sabía hacer dijo: espero, pienso y ayuno. En este momento surgió una oposición al deseo inmigrante y fueron nombrados “Los Topos” prefiriendo tomar cerveza y enamorar las muchachas del servicio. Los hijos de papi cuyo problema no era existencial sino sexual, deambularon en los parques de la periferia y frecuentaron fondas sin vigilancia  en donde hallaron a las mujeres del futuro. Criticaron a los hombres del diccionario a quienes calificaron de personas  de intereses abstractos.    .        Todos los hombres resumen uno solo y ninguno de los tipos mencionados pertenece a la textura humana de Hebert y Ponciano, suspendidos en el tiempo deambulando entre los arroyos de luz y las cloacas callejeras. Esperan la luna recostados sobre el césped, mientras los dueños de la vida comerciaban con la carne exprimida expuesta en el mercado. Aún los hombres se mueren de lepra y otros mas pobres son aislados a fin de evitar el contagio de la tuberculosis. Viven entre la mayoría que muere sin saber el motivo del fin, cuando la otra parte con la vejiga llena y el corazón contento, mantienen el sudor estancado y  miran el último pedazo de la iniquidad femenina, visitando los prostíbulos y pagando la felicidad. Esperaban salir de la caverna en un barco aunque lo hayan rescatado del fondo del mar, o un tren con tres velocidades que recorra las montañas. Mario el constructor de barcos, ofreció uno con las velas blancas y la canoa negra, pero ellos no querían un viaje simbólico, la suerte estaba echada. No sabían la razón del desasosiego y lanzados en el mundo querían un cambio absoluto. Cada día que pasaba pensaban que este mundo no pertenecía a  ellos. Su amigo Pipino no quiso la aventura. Mientras exista el hambre y la miseria existirá la inconformidad, decía Rubén Dario en una de las veleidades literarias. El asunto era de estómago y poco de letras. Presumiblemente la lucha tendría que ser social y luego subir de nivel hasta donde la cultura comunicas sus improntas al cerebro. Estas palabras de Rubén Dario no las tomaran en cuenta precisamente por esa razón intrínseca de lo que había dicho. Ponciano escribió en el periódico sobre la importancia del baño diario y que su desatención conducía a un largo embrutecimiento  y fue condenado a un escarmiento al tocar temas prohibidos. Dijo el que se baña se puede convertir en eucalipto, espíritu de gato, abejorro. El que se baña llama el bostezo y combate el pudor. Declarado reencarnacionista al haber mencionado el espíritu de gato en su afán innovador. Seguidamente tildado de arrogante y fuera de concurso fue elevado a la categoría de declamador contra su voluntad y a fin de evitar lanzara ideas de su propia inventiva lo convencieron que declamara las poesías de otros.  Tuvo una época relámpago de fulgurantes éxitos declamando “El duelo del mayoral”, “Porqué no tomo más” y una u otra poesía a la madre. Así realizó funciones a las señoras descalzas, a las jóvenes del corazón de Jesus. Hizo llorar a las señoras del Club  y lo convencieron que no pensara ni escribiera en los periódicos, que  los pensadores habían escrito las poesías que él declamaba. El último ejercicio de la inteligencia lo culminó cuando actuó en un drama de tres actos a la usanza antigua. En el primero lloraban las jóvenes y las señoras, en el segundo lloraban los hombres y en el último lloraban los tres estamentos sociales. Los asistentes debían llevar pañuelos para enjugar las lágrimas, cuando Hebert el actor principal terminaba llorando a los pies de la madre. Dijo Ponciano revisando este recuerdo que a nadie extrañaba un lloro tan grande y prolongado de la ciudadanía y trajo a la memoria como en Grecia prohibieron las tragedias que alteran los estados emocionales del público.  Sin embargo, en otro escrito criticó a los monaguillos y se declaró malabarista y elogió la estupidez, como primera producción humana de esta comarca. Criticó el club, las asociaciones de ociosos. Antes de aceptar la expulsión declaró su interés en dejar embarazadas a todas las estudiantes del colegio de señoritas. Hebert no se quedó atrás y declamó una poesía en donde proclamaba la revolución social. Declarado terrorista y arrogante fue despreciado con afición y silencio. El líder de las estatuas dijo que en boca de los periodistas estaba el ateismo confeso. El castigo lanzado contra Hebert de ponerlo a hablar en público leyendo biografía de héroes, mantuvo en vilo su afición a dirigirse a los amigos y a los asambleístas y después del castigo siguió refiriendo ideas de otros con seriedad y ocultando los plagios y especialmente su propuestas de solución de los problemas. Habló de la sublimación como el mayor mal de la modernidad; dijo bajo esa idea rebajamos la vida, al sublimar el deseo de comer el hombre se vuelve flaco, que es una idea de dificultad y ausencia de pensamiento. Desarrolló ideas que nadie tuvo en cuenta, a los escuchantes les gustaba la música de sus palabras, la entonación del labio semi torcido, pero lo que decía no convencía a nadie, una vez denostó de los confesores, de los metodistas, se declaró acontista, que hace disparo al are y nadie se dio por enterado. Rubén Darío  lanzó un periódico en que los escritos fueron pegados en un empaque de fique y sujetado en la pared contigua a la alcaldía. Allí consignó el deseo de que dejaran jugar billar a los jóvenes y de que no los condenaran a asistir al prostíbulo en la primera experiencia sexual, en caso contrario a la masturbación debían quitar ese perfil satánico.  A pesar de las quejas, esperaban la noche para burlarse de la autoridad y el paso lento de los borrachos que en el día oficiaban de moralistas. Sucedía como en todo el mundo que las ideas solo bullen en la cabeza de los pensadores y cuando salen al aire su acción desaparece y se convierten en soplo sobre los oídos y en suspiros cuando salen convertidas en frases de amor. El día que pronunció una poesía toda la atención fue puesta por censores y moralista, especialmente cuando decía, y yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Ponciano respaldo esta revolución de las ideas y dijo que en el futuro habrá guerras conquistando las cosquillas y los bostezos, pues en esta época ya no se usan y eso ocurriría  cuando se haya transformado el cuerpo en una piedra. No podemos seguir embrutecidos en medio de los hábitos y criticó al empleado del Terminal, que llegó a un abismo adonde había caído el bus a cobrar el pasaje a los que no habían pagado. Esa discusión ética recorrió los locales del mercado y no se sabe que rumbo cogió, pues de allá no salió.Otro día Hebert escribió un artículo en el periódico y dijo que no era posible que el nombre propio de las personas pasara a segundo plano y los apodos fueran el nombre propio. Un grueso diccionario contiene el apodo y la familia correspondiente, resumió en el escrito. Un apodo es la mayor incultura y desconocimiento de la dignidad personal. Hubo diferentes críticas a sus ideas y los amigos del apodo, defendieron  una costumbre auténtica, que el apodo reivindicaba el pasado de las familias y una característica del tronco familiar. Asistieron a la puerta de la casa de Hebert a reclamar los siguientes troncos familiares maltratados por el ataque a los apodos: Boquepato, Cabezón, Cumbamba, Chirrillas, Chispas, El Aburrido, Mojojoy, Patequeso, Perjuicio, Pirangosa, Zamarros, Volador, Verdolaga. Hebert explicó a cada uno de los reclamantes el criterio del artículo y prometió para la próxima edición hacer una nota aclaratoria diciendo que estos troncos familiares  se encontraban a gusto con los apodos. No dijo en el escrito del periódico que a todo el conglomerado social lo llamaban “Los Tullidos”, en razón a que en la entraba de la ciudad había apostados cinco o seis paralíticos pidiendo limosnas y en la salida había igual número de inválidos en la misma condición.    

 

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