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Luego de este oficio Augusto quiso dedicarse al comercio y alquiló un zaguán en donde ofreció los productos traído de otras ciudades y de esta forma humanizar sus ocupaciones antes que humanizar los caballos. En el nuevo oficio fue despreciado, pues de ninguna forma lo acercaba a la civilización y considerado un hombre dedicado a una actividad sin importancia urbana; en su nueva ocupación fue discriminado y su deseo de integrarse socialmente desestimado abiertamente. A pesar de ello siguió en el comercio, aumentó el prestigio y decayó el deseo de superación al volver al juego del dado y los naipes y de todas maneras conoció el rechazo social y familiar. Rechazo que fue orquestado por  los hermanos de su mujer Olga, quines no dirigieron la palabra ni a Olga ni a Augusto, al considerarlos no aptos para una relación social, al ser él un jugador relajado y ella  haber elegido a un hombre con tales defectos. Olga entró en una depresión  al comprobar el desprecio y al  aceptar que no tuvo otra solución que elegir ese hombre, pues no había otro hombre elegible. La mujer pecaba en materia grave sino acertaba en su elección y los hombres como en el caso de Olga determinaban el futuro de ella. A pesar de todo el deber  era aplastar al otro y en consecuencia Olga y Augusto quedaron aplastados, viviendo una vida exigua y deficiente. Ella procreando hijos y él luchando sin éxito por la sobre vivencia. Solo cuando huyeron del desprecio y la iniquidad, pudieron mejorar la visión del mundo no así su situación real. El punto de mira de la vida cambio ostensiblemente y ya no se consideraban discriminados, sino que vieron a los discriminadores como ignorantes y racistas.

Como resultado de este desprecio Augusto cogió un claro amor a los demás y no dejaba oportunidad de recoger alimentos y prendas y regresar a los campos de sus antepasados a llevar esos regalos a las gentes olvidadas. Llegaba procedente de la ciudad y permanecía dos o res días rememorando y conociendo los problemas de sus familiares que aún vivían en el campo. Mientras tanto la descendencia de Augusto se regó en la gran ciudad y no les dio gusto a los despreciadores de turno que harían un  banquete  en nombre de la religión, la moral y las buenas costumbres. Esa generación que creció fuera del Valle de las Estatuas ahora mira desde lejos  y de esa mirada salen estos recuerdos.

                               

A los presos daban mensajes de admiración y pesar.  Sus lentes reproducían hombres finos y no afeminados. Así como ellos las mujeres fueron encerradas,  si abandonaban el encierro circulaban con mantos sagrados, medida ésta considerada de salud pública.

Augusto tuvo un gran disgusto cuando a su hermano que no pudo aprender a leer fue acusado de enviar cartas extorsivas a una pareja de idiotas que estaban enamorados. En la carta hacían exigencias de dinero al hombre con destino a la amada. Conocida esta situación Víctor fue detenido y encerrado e incomunicado en los calabozos. Augusto lleno de odio y deseos de hacer justicia conminó a demostrar como un analfabeto escribía cartas de amor a un consumidor de agua de la mina. Entonces en la ciudad circularon rumores contra Víctor y su prestigio se fue al suelo y justificando la depresión tomo con ahínco el juego de dados y perdió su poca fortuna en la mesa del juego. La vida de Víctor siguió  enrarecida en medio de esa acusación que lo graduaba de saber leer y escribir sin proponérselo. Augusto quiso enseñarle a leer pero su depresión avanzó hasta que su inteligencia cerró definitivamente el acceso al aprendizaje. En este tiempo definió su vocación de gran conversador. Víctor era un contador de cuentos extraordinario, con decir que en reuniones de cuenta chistes de la ciudad nadie aventaja su lengua pueril. Podían pasar tres noches de cuentos livianos  sin que acabara y tenía cuatro noches de cuentos vulgares. Estos últimos estaban añejos debido a que Olga se ponía enfrente  y evitaba a toda costa que los refiriera. Cuando empezaba aparecía una hecatombe de vulgaridades, desde la mierda hasta la vagina y desde el culo hasta las infidelidades de María Magdalena con el rico Epulón. Desde Cristo negros y pequeñitos perdidos entre la basura, hasta deposiciones desde la ventana de un tren en marcha. Echaba cuentos de accidentes en que los muertos hablaban y los heridos reían. Campesinos sentados en un bus que guardan gatos entre el pantalón hasta el visitante que se meaba en la pared de la alcaldía y al pagar la multa fruto de la infracción y no haber vueltos en la  caja de la administración, decía: guárdelos que la próxima meada es mañana. Augusto gozaba y la vida compensaba con la risa una vida sencilla..   

La danza no era conocida, la música tampoco y eso que llaman ritmo, un golpe bajo. De suerte que la alegría de Víctor creció  y en compañía de algunos amigos montó una academia clandestina de baile. Los que asistieran debían simular que estaba aprendiendo un oficio electromecánico. Escucharon al bárbaro de Gustavo Quintero interpretando el popular chucuchuco. También a los Corraleros de Majagual y tuvieron una sección  de baile del twist americano. Las sesiones duraban horas, pero no pudieron conseguir mujeres que arriesgaran la integridad moral en este aprendizaje. Olga preocupada de las faltas permanentes y sospechando que acudía a la mesa de juego, pidió la razón al oculto bailarín y contestó que estaba aprendiendo a arreglar planchas eléctricas. Olga dijo, la plancha nuestra calienta con brasas ardiendo, ¿qué plancha pretende reparar?  Visto el resultado académico aprendieron  a trotar y ese trotecito caballar no desaparecía ni con el reaguetón. Cuando estaban alegres interpretaban un  baile conocido en esa época llamado la zarambambuca. Término inventado en la academia que no aparece en ningún diccionario presente o futuro. Danza inventada en el Valle, que no pudo ser exportada junto a los inmigrantes, pues al leve contacto con los bailes tropicales de las ciudades demostraba la nula competencia en las pistas de baile.                             

De ningún libro conocido surgía la contradicción. Los hombres y el agua enemigos naturales, el perro y la paloma desplazados, uno desaparecido por odio y la segunda por el amor tan exquisito pues cuando veían llegar una avecilla a la casa trampa la boca se les hacía agua. En los libros comidos en el polvo las flores  fueron mensaje de amores platónicos, nunca igual al piso de madera que proporciona el calor  en las noches frías. El árbol y la madera seca, un amigo que no existía, un naranjo que producía frutas pequeñas y escasas, el hijo de la tierra errante y sediento. Todos ellos de espaldas al libro y cuando el poeta cínico escribió, galopa el miedo con sus cascos terribles por los prados del alma, inventariaron una estatua nueva en el Valle.Ningún libro jugaba un papel disolvente, en cambio el misal  llevado arriaba y abajo como prenda especial, celebradas sus frases cortas parecidas a oraciones. Un cariño extraño profesaban al misal. La mirada en el libro disimulaba la atención puesta en las personas asistentes, siguiendo los pasos de las mujeres bonitas y colaboraba  mostrando una concentración inexistente y ese objeto en la mano  era instrumento de entretención mas que objeto de devoción. Todos los jóvenes y ancianos llevaban este libro como signo de cultura en un momento en que el amor no existía, menos el amor de pareja, solo aconsejaban el amor de Dios, una acción  impersonal y alejada, digno de exégesis baratas y poco afortunadas, presentando una realidad intangible, fruto de la escasez de la inteligencia, del hambre y de la estolidez del espíritu. Esa teología convertida en una realidad precaria y sin posibilidades. La mente pensando como argumentar y dar vía a esta palabrería producto de una vida difícil y cruenta, en el sentido del dolor, del sufrimiento y la escasez. Como argumentar en sentido propio y positivo este vacío espiritual y no repetir una vida que no nos pertenece ni reconocemos. El hombre en su infinita pequeñez  podría ser una mata de guaduas volando cerca de las nubes, pero nunca un instrumento de los caprichos religiosos. La cocina de tierra pariente del camino, camino lleno de pies descalzos y negros como la misma tierra y la cocina absorbida en el hollín negro. Hebert y Ponciano poco a poco cogieron el  amor a los libros, mientras tanto iguales en el odio, desiguales en el amor. No pensaron en allanar las hondonadas, eliminar los valles o hacer desaparecer las montañas. Cuando salían de paseo reposaban cerca de las casas de maderas, de la sombra de los riachuelos, debajo de inmensos árboles. El cemento y los edificios llenaron la vida humana y alejaron la tranquilidad.La plaza llena de ojos redondos y ovalados, recorriendo la calle reticulada de gente, la torre desafiando la pequeñez hacía un llamado a los hombres a inclinar la cabeza ante el poderoso. Un mundo de mirada horizontal y deseo vertical. Consecuencialmente el  amor un hueco incomprensible y la amistad devanaba los sesos en un avistamiento de la blandura, paternalismo insensato y el vecino única posibilidad aparecía ante los ojos solitarios como un palo seco y extraño lanzado después de cortar la conexión con la madre tierra. Dos pasos fuera de la calle aparecía árboles inmensos, un camino cruzado de mulas, un cerco indiferente separando a los desposeídos, mas allá la pendiente, tramos prolongados llenos de barro y agua, las gentes comiendo distancias junto a la imagen del santo, con la espalda inclinada, la mirada hacia arriba buscando el vacío. Dios un deseo sin sexo, deambulando en el éter, hombres débiles lamiendo discursos, implorando un favor,  luego de olvidar las alturas y bajar la mirada acudían al río y los deseos huían inflados de agua fresca y sensual. Un alma desgraciada  

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