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Acostumbrados al olor del campo, el cuerpo una realidad aparte. Se conoce que los muertos demoraban la descomposición protegidos en la costra de mugre. Después de cinco años estaban enteros y horriblemente muertos. Hebert conservaba costras de mugre en el cuerpo y las prendas de vestir permanecían en su cuerpo tres o cuatro días. Las normas de aseo rigurosamente protegidas, no contra la mugre sino a favor del crecimiento. Rubén Darío al responder estas reflexiones consulto la enciclopedia Espasa y regreso de la biblioteca después de consultar gruesos volúmenes que no habrá extrañeza posible, solo la vida produce olores, una piedra no huele a nada.   El aseo favorecía la desnudez y con la idea de que la cáscara guarda el palo, buscaban proteger el cuerpo de la luz del sol, única forma de  ocultarlo de las miradas. Los cuerpos sufrieron de la falta de vitamina que provee la luz solar, la vitamina D, dio un informe médico ambulante procedente de los Cuerpos de Paz americanos. Existía una vigilancia de los regentes del colegio y el que  buscaba agua mirado de soslayo, al sospechar la masturbación mientras el agua recorría los vericuetos, aparte de que el líquido bajaba de la montaña encajonado en la transparencia y escoltado por el silencio.El cuerpo desnudo en la arboleda elevaba los deseos, potenciando los miembros ante la prohibición. No se escapaban los niños, ni las niñas, sin distinción de cuerpos. Proliferaban las relaciones entre jóvenes y la iniciación sexual tenía diversos objetivos. Todo lo que estuviera al frente y fuera caliente vendría a ser un objeto sexual. La satanización de la masturbación llevaba a los jóvenes a la palidez reiterada de la culpa y los regentes  felices sentando cátedra en una materia en que nadie es autoridad, excepto los moralistas y racistas. El corazón cantaba opciones de vida, el riachuelo suave y juguetón invitaba al amor y el sendero  pequeño y borrado invitaba a romper las normas del templo y de la retórica. En tiempos recientes cuando un moralista gordo decía que eran  pájaros pacíficos, apareció una calle  interrumpiendo la arboleda, el sellamiento de la maleza contra las puertas de la ciudad, la tierra negra ocultada en las torres de un templo. Desaparecen las palabras y viene el deseo en la tierra que soba la piel caliente y la hierba  en los pliegues de la mirada alimenta un deseo de traspasar la tierra. El mundo encorvado resiste la presión de nuestro vientre. Escasas fuentes surgían en las afueras de la ciudad y  en caso de hallarlas entendidas como mensajes de los dioses. No estábamos en la cultura que peina el cabello dulcemente, sino en un mundo pequeño gobernado con principios. Los malos olores en espirales subían al cielo y nadie enfilaba la crítica, solo que los agujeros de la nariz estaban gobernados y adiestrados de acuerdo al viejo y rancio recuerdo. Existía la caverna en que los olores educaban y quien aparecía bañado provocaba la crítica, el agua de afuera te ha hecho daño, decían. De cerca apestan a sudor de cuarenta días, a rata muerta en las cuevas debajo de las casas, a lagunas de agua podrida. Las mujeres antes que rancios perfumes dejaban transitar en sus pliegues grandes y untuosos vapores.Ponciano hermoso en el cabello resuelto, triunfador cuando caminaba libre, fungía fuera de la norma frente los humildes que la cumplían, confirmando la prohibición al usar el agua para embellecer y limpiar los pliegues del cuerpo. El sexo descendía hasta la costra, Sade en América. Ponciano tenía agua todos los días, ellos como él  tratados como dioses, en vivienda de nobles, olor de efebos, vestidos de cortesanos y silencio divino. Los perfumes devanaban la naturaleza y la ausencia de trato no ameritaba perfumes, atractivo placentero. Aunado a ello los vestidos cubrían el cuerpo durante una semana y el mayor cuidado mantener el vestido limpio, aunque el olor y el color  cambiaran inexorablemente cada segundo. Un día cuando el vestido era nuevo o limpio, el día de mayor libertad la esperanza salía en los corazones, los novios pasaban las narices entre la ropa y besaban los cuerpos. Una economía de guerra; el pueblo debía subsistir en condiciones absurdas y crudas en espera de que finalizara el sitio, después de seis años en que los enemigos no dejaban entrar el agua apoderados de la mina de mercurio. Las potencias querían dominar la mina y generaron una guerra sucia sin agua. No la dejaban entrar los propietarios de la mina en la cabecera de la montaña, allí reunían el agua de uso general para limpiar el mineral abundante. Al principio la mirada horizontal, un  hombre sucio cruza la calle detrás de un ternero, un perro igual de sucio pero huyendo de las patadas humanas, las cosas cambiaron cuando el hombre encontró el agua y abandonó la guerra. Hebert y Ponciano estuvieron tres días en el río con sus días y noches, nadie aceptó ese retiro, pues era una traición a la moral y supusieron todas las violaciones. Imaginaron los tabacos incendiando la pradera, los sexos en batalla campal de espadas, jornadas en que abrazaban el mundo siempre redondo.  Dijeron que adoraron sus propios cuerpos, que el vicio y el sexo eran los recursos de los solitarios y nadie vio con buenos ojos el retiro. No entendieron o no supieron qué decidían en el retiro, habían elegido ser los inmigrantes abandonando el territorio del absurdo, buscando la diferencia en la apertura del futuro. Allí firmaron el pacto de la huida, pero no estaba permitido salir rompiendo las amarras, fueron condenados a la miseria. La primera lucha huir de la miseria. La miseria ante el miedo de salir. Antes que recular tenían que coger amor al agua, antes que huir tenían que oler ropas suaves y amar la cocina sin cenizas y las ollas sin hollín negro, solo cuando comprendieron que el mundo estaba al otro lado y que a este lado vivían como burros, igual que en Macondo, pudieron hacer  el recorrido tragando el polvo del camino, traspasar la inmensa vegetación, con el odio y el hambre a cuestas y lo que reencontraron fue la nueva caverna,  cuyo principal artefacto animador de esta fase de la humanidad: la televisión. La infelicidad de los nuevos tiempos, no era el hambre o la falta de ropa, sino la falta de un televisor. Otro beneficio de ese cambio de domicilio y de civilización fue que los colchones ya no era de tabla sino de espuma. Los fogones no usaban petróleo para hacer la candela, sino que existían otros elementos minerales humanizados. Existían empresas y contratos, con lo que llegaron los días de la quincena, la semana santa vueltas vacaciones sin religión, el día del onomástico personal festejados con flores y licor. Existía el extraño que aunque sin dirigir la mirada debía ser tenido en cuenta, en las colas para solicitar algún servicio, en los paraderos de los buses, en la reunión de los escenarios culturales. Supieron que había ejércitos preparando la revolución, que las mujeres nunca dejarían la mini falda y el mundo era ancho y ajeno, especialmente ocupado por poderosos propietarios, que aunque hablen de humanidad, nunca comprenderán la importancia de la solidaridad. Muchos años fueron felices con el tiempo ocupado viendo pasar carros o la te ve,  pero ese medio corroyó los orígenes  y necesitaron salir buscando otra caverna. Todas ellas iguales. Hebert recuerda sentado en el cerro mas alto, la montaña Alegrías y teniendo en frente el Valle de las Estatuas. En su mente  surgen apretujadas las  imágenes, unas de protesta y otras con sentimientos idílicos, pero en general mostrando una derrota que hoy celebra pensando, puesto en la bisagra que divide  un pasado en la imaginación y un presente que desmiente los grandes relatos, desaparecidos en el mundo y que todavía rugen en el valle. No es sino ver las celebraciones del natalicio o de la fundación del Valle. Las publicaciones en donde todavía hacen fila la muchedumbre levítica, los ineficientes funcionarios públicos, los grandes amasadores de la fortuna, que al decir de los provincianos reseñadores fue hecha con inteligencia, talento, intuición y la sagacidad para llegar bien lejos. Publicaciones llenas de adjetivos mentirosos, palabras sentimentales, fotos de viejos y viejas montados en la rueda del poder, dando órdenes aún de cómo debe ser el comportamiento. Al final de la calle el periodista pagado y comprometido con un pasado insostenible y mentiroso. Desafortunadamente no  sabían que Dios había muerto, ese rumor no ha llegado, las orejas de los poderosos son los para rayos de  lo nuevo, las vallas propagandísticas aseguran la muralla contra los rumores contaminantes. Ponciano y Hebert no quieren recalcar ese acontecimiento en este tiempo, esa convicción pertenece a la intimidad de cada cultura.

 

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