En medio del silencio Edilberto perdía la tarde con la onda esperando un pájaro de colores. Detrás de los troncos esperando que la rama del nido cayera de un momento a otro. Un día fuera de la normalidad si un niño cazaba un nido de pájaros junto a sus polluelos. Eso nunca ocurrió. Los árboles altos una muralla contra los cazadores. Abajo el verde y el polvo de los caminos esperando una sorpresa. Luego el mismo tiempo regado en la bóveda del silencio, la misma espera, el mismo pavimento.Las lágrimas no son alimento de los árboles y en los ojos del niño humedecen el mundo, dijo Ponciano recordando su niñez, infancia que se derrumbó al pie de un precipicio. Si ellas no pueden descender a la vista de los hombres, ascienden de nuevo con el fin de abortar. Dejemos que las lágrimas den a luz y desembarquen en los pliegues del vestido. El alma no puede detenerse cuando navega en los cristales de la cara de un niño. Si un niño no puede llorar el mundo tuerce el rumbo, la humedad de las plantas ennegrece, el futuro se agrieta y la sequedad sería el lenguaje; si al lloro de un niño se agrega otro golpe, el mundo palidece dando curso a una lluvia oscura. Si el alma es negra y el sentimiento envejecido, presumiblemente cuando estaba niño no lo dejaron llorar; si mata como un sicario, otro niño maltrató su llanto en el pasado. Si golpearon su oreja cuando lloraba, no oirá el clamor nocturno del recién nacido hoy. El llanto de un niño, esa cadencia desglosada del aliento, a pesar de ser un grito de desesperación, que en esa garganta no identificamos, ese llanto comunica el filtro que todos los animales niños riegan en el mundo, así la hormiga niña llora, la serpiente niña también, todos los quejidos de los niños del fondo del mar suben al lomo de las olas y el pescador sabe en qué momento lo hacen. Ponciano y Hebert pasaban la voz de boca a boca a fin de comentar este aspecto de la vida del valle. Recientemente dijo Ponciano que un hombre declaró ante un juez que no soportaba el llanto de un niño, después de poner una cuchara caliente en una de sus orejas. A ese juez tampoco lo dejaron llorar cuando estaba niño, lo dejaban llorar esporádicamente y el momento la determinaba su padre. No pudo juzgar al criminal sin miedo y al dictar sentencia pidió un juez de reemplazo. Las noticias de niños quemados por los propios padres aparecían todos los días. En la radio había propagandas de pastillas para dormir a los niños, decía el mensaje, la pastilla que puede dormir a quince monos úsela para sus hijos. Primera intolerancia y madre de todas, concluyó Hebert. De otro lado los niños en el valle no sabían leer y jugaban con los genitales, hacían de médicos, jugaban al ordeñador, estiraron la vagina y el pene por medios manuales, además la curiosidad de los niños cubría a todas las mujeres, escondidas detrás de las puertas y cuchicheando en los corredores. La muchacha del servicio, primera indagación de los niños. Cuando escribían amor, lo hacían con una línea basta y grande, cada letra confeccionada en madera podrida, nunca pudieron escribir con amor. Si las mujeres no se dejaron examinar ocultas en el biombo del moralismo, entonces observaron con detenimiento a los animales, de donde sacaron algunos comportamientos: la elegancia del caballo, la ligereza del gallo y la proliferación maternal de las vacas. Habría que incluir la infidelidad del perro y el horror a quedar amarrado a cualquier perra de la calle. En un pequeño aparato de tres ruedas, reunida la fuerza e ilusión. Hierros retorcidos en las manos pequeñas, llantas cuadradas inmovilizadas, caballitos podridos, pedales imaginarios, manivelas echadas para los lados. Lágrimas y fuego del herrero destorciendo los hierros de la pequeña bicicleta.Adelantos tecnológicos que todos los niños querían disfrutar, una pistola de juguete con tambor y pequeñas esquirlas que estallaban cuando el gatillo pegaba. El niño Dios cargado de armas en las noches dirigiendo la imaginación.Los niños lograban sobrepasar el aislamiento en la cercanía, el laberinto de la incomprensión mantenía su mensaje, que en el afán de curiosear y descubrir abren campos de amistad y juegos infinitos, pero no lograban pasar la indolencia de los adultos. Los niños alrededor de los árboles, otros inventando comedias teatrales, los de mas allá disfrutando los paseos de olla, otros inventando cantinas para beber licor imaginario y pagado con billetes dibujados; peleas inventadas y más allá los oficios religiosos, toda la vida civil en la palma de la mano. Los vaqueros niños invadían el campo y los indios niños volaban en guerras con los fusiles. Las hormigas invadían los campos y los niños no volvieron a los paseos quedándose en la casa imaginando el futuro en una cuadricula. A las hormigas los hombres domesticaron y sabían que pasadizos frecuentaban y tanto las imitaron que las nombraron hormigas arrieras. Los colchones y las almohadas tenían dibujados los barrotes de un presidio, no usaban (sábanas o fundas) forros para mantenerse protegidos en los barrotes de colores. Las pulgas hacían malabares entre los pliegues retorcidos, colonias calentaban el cuello de los hombres, un día quisieron combatir las pulgas con la candela de una vela encendida y prendieron los colchones de paja seca.Dormían tres en una cama y cuatro camas en un cuarto, nunca sintieron hacer el amor a los mayores, silencio en la noche y hacían un espacio caliente en favor del nuevo miembro de la familia. Usaban silenciador para hacer el amor, Dios guardaba el secreto.Ponciano se cayó de la cama y el brazo partido esperó la medicina infructuosamente, el componedor sobó la hinchazón y para volver el hueso al cauce, recomendó cargar una lata llena de arena durante tres meses. Con ese peso bajará la hinchazón, dijo el alegre componedor La medicina no existía. Los enfermos morían siempre en la cama y a los niños se los llevaba Dios. Conocían una docena de ramas: hacedera para la diarrea, paico para el escorbuto, chilca para la llega, apio para el oído, el eucalipto para la bronquitis, la borraja para evitar la paja, el limoncillo para el mal del estomaguillo. Todos los muertos caían vencidos de repente. Al preguntar, ¿de qué murió? Contestaban, de repente. Enfermedad teológica. Ponciano dijo que todos los muertos quedaban con la misma cara, ninguno quedaba muerto de la risa. Aparecía una tristeza de no poder dominar el tiempo, otra tristeza de que el tiempo fuera quieto, otra tristeza de que todo fuera tan pequeño. Una tristeza igual a la del caballo cuando espera la tarde entera el cambio de herraduras. Sacuden la cola, voltean los ojos, y levantan la crin negra y alegre. Un caballo triste, increíble.