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2007

En este día llegaron al  Valle de las Estatuas, vueltos los ojos a una iglesia moderna y avanzaron sin prisa mirando las remotas edades en las puertas y ventanas que no han sido modernizadas. Algunas maderas y marcos guardaban aun formas del pasado. Ponciano y Hebert, primos cercanos, salieron en busca de un futuro mejor, dejando atrás la historia que en este momento les llama la atención. Regresan ahora en plena madurez y  se aposentaron en una casa de dos pisos en la montaña Alegrías. Además querían hablar con José Pipino que no quiso salir en la misma época y saber si aún vive, si la soledad no  ha destruido su equilibrio y contarle la historia de sus vidas fuera del Valle. Caminaron entre los jardines y cafetales, mientras en las manos tenían diversos libros: Ponciano  El Proceso de Kafka y Hebert llevaba  un informe de las Casas de Cultura de la región. No llegaron hasta la carretera solitaria y poco frecuentada, sino que hicieron círculos alrededor de la casa.

Mientras caminaban entre los recuerdos organizaban  los diferentes capítulos del pasado. Augusto y Olga no existían,  doblaban en edad a Ponciano y Hebert cuando ocurrieron  estas historias que referiremos en adelante. Las montañas habían sido cruzadas por carreteras y lo que era verde absoluto en el pasado, ahora estaba ribeteada por vías que se comían en forma de derrumbes y caídas de tierra la profundidad de la cordillera. Los habitantes no andaban a pié, sino a lomo de gasolina. La comunicación no era con citaciones, sino por medio de teléfonos móviles. Los hombres no tenían que imaginarse las mujeres, sino que la teve las presentaba en las posiciones realmente incómodas. Todavía circulaban hombres ya ancianos que habían conocidos de niños y las calles en un alto porcentaje guardaban un pasado que no se iba. Pero había la efervescencia de jóvenes que como nuevos en esto de asimilar la vida, daban un toque mágico al pasado envuelto en una  modernidad repulsiva.

Imaginaban ellos que inicialmente el mundo fue una escultura sin movimiento, luchando contra el desborde, oyendo las canciones distorsionadas e imaginando el mundo al revés. Siempre  viviendo al contrario de los sentimientos. En las calles advertían: prohibido a los niños correr detrás de las pelotas. En las escuelas decían, prohibido gritar. Los regentes ponían en la picota pública a quien hubiese golpeado a un transeúnte con la pelota o protagonizado una pelea o  lanzados insultos contra alguien en la calle. Ese infractor sería separado del grupo como  la manzana podrida. Los hombres y mujeres estudiaban en locales separados, las escuelas y colegios distinguidos en femeninos y masculinos, los paseos igual que la vida social reproducía este reglamento discriminatorio. Además estaba claro que existía una prohibición de la fornicación, sustentadas en los libros sagrados citados de manera reiterada.

La protección moral contenía un cinturón de seguridad y no bastaron los discursos en la escuela, en la iglesia y en la plaza. Las consignas fueron impresas en la vera de los caminos, diciendo: no mentirás. Los letreros puestos en los árboles de las trochas y adentro de los montes. Mil metros adelante, no fornicarás, luego mil metros más, otro mandamiento: honrará padre y madre. Vallas cuidadosamente puestas a la entrada con el imperativo categórico cuidadosamente pintado. Comprobaron que en el momento de la visita ha cambiado un poco la percepción de las prohibiciones en algunas personas. Algunos paseantes ensayaban la puntería lanzando piedras a los avisos, que justo es decir no tenía firma responsable. Algunas vallas estaban en perfecto estado, pero la mas deteriorada fue  la prohibición de la fornicación y otra con  suerte igual fue una que  prohibía el impudor de las mujeres. Ponciano y Hebert alcanzaron a ver las vallas destruidas y en ese momento estaba en proceso una refacción de las mismas; los árboles tapaban los letreros y mientras avanzaban en la cinta asfáltica  aparecían los letreros incitando a su cumplimiento. Es necesario decir que Ponciano y Hebert, espíritus presumiblemente libres, regresaban ansiosos en una visita de vacaciones, habían visto el mundo  bajo diferentes prismas, pero la sorpresa era que ese no tan lejano pasado gobernaba el presente con disimulada  y actualizada energía.

Imaginaron el mundo como si construyeron un reloj que iba a dar la hora en otras coordenadas. O un mundo de invierno habitado con ropas de verano. Así conocieron el Valle Ponciano y Hebert. En ese tiempo aceptaron el peso de las palabras que con el tiempo fueron perdiendo el brillo original al confrontarlas en otras latitudes. En esta visita después de años de haber partido estaban comprobando los cambios o las permanencias de las consignas, en donde simplemente surgía el escozor de un pasado que pretendía hacer desaparecer el presente.  

      

                                                                  

              

                                                    Estatua Uno

Es madrugada. La mañana despierta en el horizonte con su traje escarlata. La luna apenas se ha ocultado y deja sobre el sendero el aroma de una noche enamorada. Desde el filo de una cumbre brumosa se divisa el Valle de las Estatuas. Parece la postal de una aldea bucólica que duerme todavía arrullada por el susurro del viento. Es el Valle de las Estatuas, el pueblo de los sueños. (Subrayado nuestro)

 

                                                    Estatua dos

Por la calle principal la gente deambula enhebrando el hilo de sus recuerdos. Matronas que asisten a misa todos los días, niñas en la flor de la juventud que inspiran dulces besos, jóvenes que cruzan llevando en la mente el frágil navío de sus deseos, ancianos venerables cansados de haber hurgado la tierra con sus manos, mujeres hermosas que exhiben su mejor sonrisa como regalándosela al viento, todos cruzan por estas calles que están llenas de música, de ausencias y regresos. (Subrayado nuestro)

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