El mundo al otro lado de la montaña destapaba caminos a los audaces. Hoy recuerdan mirando el Valle desde la montaña Alegrías. Hebert fue incluido como enemigo e indeseable, un cariño especial incoaron hacia él, acompañado de un serio deseo de que estuviera lejos. En este momento de la narración regresaban y esos efusivos deseos del pasado ya no estaban en circulación. Augusto antes de partir hizo extensas meditaciones en una mesa de juego, no asistió a las orillas sagradas del río y allí imaginó la mesa inconsútil donde jugaron la sangre de Cristo, trajo a cuento la baraja española con sus reyes y sotas y además se imaginó que los dados del juego no eran fabricados en esta región, sino que eran fabricados con un material frágil producidos en otras ciudades. Iría a conocer ese germen de la diversión, pero cuando vio las grandes ciudades con avenidas y fuentes de trabajo, dijo, nunca volveré a la mesa de juego, en momentos en que su fortuna había desaparecido. Trabajo no conseguiría y dedicaría el tiempo a vivir de los recuerdos y a la conversación.
Proliferaban los locos y estúpidos; culpaban de la existencia de esas mentes obtusas al metal pesado que producía una mina de mercurio que infestaba las fuentes de agua y habían descubierto que producían una esquizofrenia común en los habitantes. En la región de la mina nacía el agua consumida en los oficios domésticos. Entre las esculturas cuidadosamente tenidas para sacarlas cada año e impresionar al público y las fuentes de agua contaminada estaban produciendo este tipo de hombre que entre Ponciano y Hebert describiremos a continuación. También nos ayudarán Augusto el comerciante y Olga el ama de casa, personajes en el recuerdo.
Esculturas diferentes cada una, pero todas cumpliendo el papel de hacer un mundo sin movimiento y cuando no existieran leyes hacerlas nuevas aunque tuviese que cambiar el curso de los acontecimientos. La escultura una costumbre de las sociedades antiguas, basada en la admiración y sabiduría del cuerpo. La ilusión de los antiguos era el movimiento y de esa forma quedaron registradas las intenciones artísticas. Los habitantes de este valle nunca consideraron el movimiento y tuvieron la pretensión de fijar las figuras regordetas en la mente de los niños. El torero, la prostituta y el arzobispo, abultados de carne e inflados huesos. El caballo con los cascos gordos pisaban el pavimento caliente. Rindieron culto a la tristeza con la forma regordeta. Instalaron vitrales en las viviendas particulares y vitelas representando el ambiente moral que deseaban al futuro: la mansedumbre y ninguna actitud sospechosamente sexual. En caso de la mujer el amor podría contener su deseo de violar la norma, de ahí que las mujeres con hijos indeseados serían desaparecidas, llevadas a conventos o los hijos regalados a familias necesitadas de servidumbre. Un político echando un discurso en la plaza y un santo con piedras en los zapatos y haciendo milagros, serían las imágenes que un publicista moderno representaría el ambiente local a fin de atraer turistas a las fiestas patronales. El día en que Hebert desafió a una estatua fue castigado a leer las biografías de los héroes cada semana a las 8 de la mañana, con un público escogido entre los estudiantes hombres o los niños. En razón a que era hombre no podía dirigir la palabra a las mujeres. De ahí sacó la afición a las biografías. Otro día en que Ponciano quiso ayudar a una de las estatuas, recogiendo votos en una elección, aunque fue una ayuda frustrada, las otras estatuas declararon la guerra al insurgente en razón a que ayudó a uno de ellos y no a todos. Hoy que regresan a este valle insalubre los odios han desaparecido, solo queda el humo de la mañana temblando alrededor de las casas y las calles. Los malos olores han desaparecido ostensiblemente. Se han dirigido hasta la tipografía, allí en otros tiempos revisaban los escritos y el periódico “Atalaya” que circulaban cada semana. Hallaron nuevos propietarios con otras ideas productivas y al preguntar por el archivo de los periódicos publicados no encontraron memoria alguna. De esa actividad intelectual del pasado salió un odio a los hombres que soñaban detrás de las letras. Ahora llegaban y estaban en otro tiempo, seguían los mismos vientos pero nada de diccionarios, biografías o periódicos. Podían respirar el aire del Valle, aun después viajar y recorrer el mundo de los libros y de las culturas.
Hoy podía recordar las biografías que leyó en aquella época de los castigos. La reseña de Oasis Jiménez decía: dama de gran calado y resonancia, educadora de maneras muy refinadas. Decían de ella que tenía una voluntad férrea para sobreponerse a las murmuraciones y una apacibilidad suiza para no caer en las iras que proporcionaba la envidia de los otros (Subrayado nuestro).
Otra biografía que fue leída para educar a las nuevas generaciones, decía de la señora Dolores Maza que caminaba como un fantasma arrastrando su catedralicia figura. En una ocasión Dolores resolvió lustrar sus botas de capitana en la plaza. Cuando el lustrabotas “Zamarros” iniciaba la labor, las campanas del templo empezaron a doblar. Ella dijo al lustrabotas en tono académico y burlón, dime man de baja esfera, ¿por quién doblan esos vetustos bronces? Y “Zamarros” ni corto ni perezoso contestó: en honor de su madre, vieja hijo de puta. (Subrayado nuestro)
Ponciano y Hebert recuerdan con amplias risas las cualidades morales que en estas líneas traerán a la memoria. Ponciano publicó una entrevista a un poeta reconocido en el periódico Atalaya y recuerda que nadie dijo haber leído la publicación, en razón a que el poeta era homosexual declarado y el texto quedó como si no hubiese salido. Fragmentos de la entrevista son los siguientes:
Ponciano: Dicen que usted es un cínico.
Poeta: depende del lente que usen los que aseguran eso. El hecho de vivir es un acto cínico.
Ponciano: todo hombre pobre y honesto aspira a conseguir una casita y una rentica aceptable para contraer nupcias. ¿Se identifica con ese anhelo?
Poeta: Me identifico con eso de conseguir casita y renta. Casarme no. La mujer es un animal de lujo demasiado costoso. No es por la comida o la ropa sino por los cosméticos.
Al final Ponciano hizo la última pregunta:
- ¿Dejará algún legado a la posteridad?
Poeta: si, mis cenizas.